Tavis Coburn
Solo somos uno más, no existimos, o existimos tanto como existen las piedras. Hay un orden en nosotros, hay una estructura, partes que interactúan, dinámicas que se afectan entre sí, tanto como las hay en el interior de una piedra. Somos tan reales como una piedra lo es, somos tan importantes como una piedra lo es, somos tan conscientes como una piedra lo es.
Muchos estudios neurocientíficos recientes comienzan a confirmarlo, los orientales tenían razón, los iluminados supieron hace 20000 años que nada es cierto, que la personalidad es una mera ficción cinematográfica del cerebro, un espejismo, un engaño de la mente para que le prestemos atención, para que alimentemos el ego, nuestra gran superproducción. Pronto demostrarán que tampoco existe el ego. Pronto lo seguirán las emociones, y ya no nos quedará nada, ni cabeza ni corazón, para definirnos. Entonces será el fin, el verdadero fin del hombre. Porque el hombre es una creación del hombre.
La naturaleza no funciona como nosotros lo creíamos. Bajemos a nivel molecular, al ADN. Creemos que un hombre decide casarse con una mujer, o se siente atraido por ella, o la mujer lo hace, no importa mucho quien comience o si es recíproco y sincronizado, pero se reproducen, y bien por voluntad propia o por accidente traspasamos nuestro ADN a nuestros hijos, que con cierta probabilidad se parecerán a nosotros y a nuestra ascendencia y con cierta probabilidad a la otra persona y a la suya. Sin embargo, nuestros gametos están rodeados de bacterias, y virus, y estos últimos se dedican a inyectar su código genético allá donde tocan, con la consecuencia obvia de que nuestros hijos serán también en un cierto porcentaje descendencia directa de un virus. El mismo porcentaje que nosotros mismos y nuestra ascendencia tuvimos de ser descendencia directa de virus. Todas esas probabilidades se suman hasta el principio de los tiempos, para dar la consecuencia obvia de que somos mucho más virus de lo que, si no fuese por los números delatores, nadie querría admitir.
Y esos virus son generados con cierta probabilidad por células de otras especies, que seguramente mezclan su ADN con el del virus que la infectó, y se pone a producir virus mitad sarampión, mitad cabra, o seta, o placton, por ejemplo. Así que nuestros hijos son tan hijos nuestros como lo son potencialmente de todas las especies vivas.